miércoles, enero 31, 2007

En la calle de Los Reyes

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A veces le gustaría que se pareciera más a la Taberna del Buda de los Quijano, para poder entrar dando esa imagen que tanto desea aparentar de vividor, pendenciero y mujeriego; pero la tetería marroquí no es así… o por lo menos, no reúne a tantas personas en una sola noche.

Cuando entró la primera vez, pensó que el local ya estaba a punto de cerrar, solo había 2 personas sentadas en una mesa y no sabía a quién hablarle. Arriesgándose a que fueran clientes y lo mandaran a la mierda, les pidió que si por favor le podían poner un café con leche, la mujer se levantó y entró a la cocina.

Esperó sentado en un ‘puff’ junto a una cachimba gigante, mientras escuchaba la música ambiental no pudo evitar oír la conversación de una mesa cercana, un hombre le decía a una chica algo sobre aprender el idioma y los papeles de trabajo.

En ese momento llegó la mujer con la taza de café y un azucarero psicodélico que solo se sostenía por una base muy fina.

- Puedo echar todo el azúcar que quiera – Pensó… y lo hizo.

El segundo día volvió a la misma hora, había más gente de lo ‘habitual’ y solo encontró su hueco en el ‘reservado’, una especie de jaima de ladrillos y miniventanas.

Se asomó a la cocina y pidió un café con leche, todo parecía indicar que esa iba a ser otra noche de estudio y necesitaba su dosis, la mujer asintió y él fue a sentarse muy cerca de una pareja bien dosificada, al menos en lo que a hormonas se refiere.

Miró despreocupadamente la cesta de revistas, solo había prensa del corazón y del motor, ninguno de ellos era su punto fuerte así que se refugió en su móvil, tenía la necesidad de contarle a alguien su situación y emplazamiento.

Mientras tecleaba con aire arrogante, una chica solitaria se asomó por la entrada buscando alguna mesa libre pero solo se encontró con una pareja de enamorados concentrada en sus asuntos y un personaje de apariencia chulesca y enfermiza dependencia tecnológica.

Ahí nuestro protagonista tuvo la oportunidad de su vida, si fuera un caballero le habría dicho a la chica que aún quedaban sitios libres, que no esperaba a nadie más… pero no dijo nada, se quedó con cara de bobo viendo como se marchaba por la puerta, probablemente en busca de algún café con leche para conseguir su dosis, en alguna otra cafetería con alguna otra mesa vacía.

La pareja decidió intimar en otro lugar y, después de pelearse por pagar las consumiciones, lo dejaron solo. El sitio privilegiado que habían dejado muy pronto se ocupó por un grupo de treintañeros que discutían sobre el uso del ‘lo y el ‘le’ para personas y cosas. Se vio tentado a irrumpir en la conversación para explicar la corrección por uso pero incorrección por norma… pero no dijo nada.

De pequeño le decían que era observador pero hasta el tercer día no se fijó en los espejos del techo, que curioso, podía ver la mesa que estaba al otro lado de la pared, y aunque esperaba ver unas manos trapicheando con algo interesante, no había nadie.

Tantas historias inconclusas en su cabeza, reales e imaginarias, y aún quería inventarse más, se defendía pensando que era a causa de las cantidades ingentes de azúcar con las que cargaba el café… o el propio café.

Escuchó la voz de John Locke y era ‘real’, venía de la cocina, donde muy probablemente estuvieran viendo algún episodio de ‘Perdidos’, pero no le preocupó porque sabía que no eran estrenos. Aunque eso le hizo recordar las noches en las que veía la serie tirado en el sofá de su casa. Ahora no tenía sofá.

Esta vez había llegado algo tarde y estaba más pendiente de su reloj que de la conversación que se oía dentro de la ‘jaima’, algo sobre confesiones, biblias y demonios dormidos en camas. Eran las 11 y debía volver a su habitación o el ‘casero’ cerraría la puerta. No sería saludable quedarse una noche entera en la calle con aquella montaña de trabajo sobre su mesa…

 

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