Eras la chica del autobús.

Fue en Septiembre; cuando volví de mis viajes por Europa.

Aquel fin de semana estaba jugando a la X-Box360 en el bajo de Uría. Apalancado en uno de los sofás más cómodos (en la medida de lo posible) del local, me daba infinita pereza salir aquella noche. Cualquier otro sábado me hubiera quedado en el barrio; y aquella noche lo habría hecho, pero me surgieron un par de compromisos ineludibles.

Hermo se iba de Erasmus un año a Sheffield a la mañana siguiente, por tanto, sería la última cerveza en varios meses. Como añadido, Sheila había venido con Ángel Negro desde Benavente para pasar algunos días por Asturias, y sería un buen detalle que yo les hiciera de ‘guía’ por Gijón.

En un paseo de media hora hasta el centro de la ciudad, hablé con Jessica 20 minutos por teléfono; lo más productivo a corto plazo.

Ahorrando detalles de una noche en la que sólo recuerdo el Rock Inferno y el Clan Irlandés, regresé con los amigos de vuelta a La Calzada, bien entrada la madrugada.

Caminábamos despacio porque íbamos con Manu, no es que sea cojo ni le “falte un verano”, pero es frecuente que imite sendos personajes. Con el teatro ambulante que marchábamos representando, un coche se detuvo cerca de nosotros porque sus ocupantes habían reconocido a varios de mis amigos.

Allí parados, nos alcanzaste caminando, ibas haciendo ‘eses’ con tu amiga, - ¡Vaya! Por fin nos vemos en otro lugar que no sea el autobús – Te dije, empezamos a hablar de cosas sin importancia, recuperándonos de la grata sorpresa. Fue entonces cuando el conductor ofreció subir a mis amigos hasta el barrio. No cabíamos todos, claro, así que reaccioné como todo un señor, y les dije a ellos: - Subid vosotros en coche, que yo las acompaño a ellas. – Y así llegamos hasta tu portal. No quise desaprovechar una de esas casualidades que sólo ocurren en las películas, así que te pedí tu teléfono.

Continuará…